Disney, el creador de los dibujos animados, ha amenizado la infancia de millones de personas y sus películas se han incorporado al patrimonio cultural de la humanidad y modelado y transformado la mirada con la que hoy vemos naturaleza y, sobre todo, a los animales. No en vano, la primera película de animación la protagonizaba un ratón (Mickey) y en infinidad de las que le siguieron los animales han jugado un papel estelar, en ocasiones compartidos con humanos (El Libro de la selva, La Sirenita, etc.) y, en otras, en solitario (Bambi, El Rey León, etc.).
Esta manera de mirar al reino animal, de atribuirle cualidades humanas (habla, baile, canto, escritura, razocíneo e incluso alma) ha llevado a humanizar a los animales, a considerarlos casi como seres humanos, sujetos de derechos. De ahí han derivado corrientes intelectuales y políticas que propugnan el animalismo, la ambivalencia -cuando no prevalencia- de los “derechos” de los animales sobre el de las personas, apelando a una sensiblería exacerbada y superficial. Ese animalismo político ha llevado al Parlamento español iniciativas grotescas, como la del “Gran Simio”, que básicamente consistía en hacer extensiva la Declaración de los Derechos Humanos a gorilas, chimpancés, orangutanes y bonobos.
El auge del “pensamiento Disney” se plasma también en el éxito del Partido Animalista, una formación que, sin apenas recursos y compaña electoral, obtuvo 284.848 votos en las pasadas elecciones nacionales, siendo el 10º partido que más votos obtuvo, sólo por detrás de Coalición Canaria.
Otra manifestación del “pensamiento Disney” lo vimos con el triste episodio del perro Excalibur sacrificado para evitar riesgo de contagio de ébola, lo que dio lugar a una campaña sumamente violenta y agresiva de los defensores de los “derechos” de los animales al tiempo que inmisericorde con el pobre religioso fallecido a causa de la terrible enfermedad.
El “pensamiento Disney” está profundamente arraigado en las sociedades occidentales, tremendamente emotivas y propensas a la lágrima fácil, pero especialmente en los sectores izquierdistas, quienes le dan dimensión política y lo enlazan con los postulados indigenistas de adoración a la Madre Tierra -que tan de moda puso Evo Morales en su culto a la Pachamama- y el New Age para, en una pirueta rocambolesca, acabar por convertirlo en una corriente antihumanista, como puso de manifiesto el propio mandatario boliviano al afirmar que “para mí, son más importantes los derechos de la Madre Tierra que los derechos humanos”.
Al fin y al cabo, la izquierda siempre necesita de enemigos, crear bandos irreconciliables, agitar odios y envidias: de la lucha de clases, a la lucha de razas, pasando por la lucha de sexos, hasta llegar a la lucha de especies.
No hace mucho Pablo Iglesias -quien confiesa soñar con azotar hasta hacer sangre a ciertas periodistas- mostró su adhesión al “pensamiento Disney” diciendo: “Acabo de ver en la 2 cómo disparan a un venado que dejan herido y al que ahora persiguen con perros ¿tiene esto sentido en horario infantil?”.
Resulta además paradójico observar cómo hay una relación inversamente proporcional entre el animalismo y el humanismo, pues frecuentemente quienes se declaran defensores de los “derechos” de los animales también se declaran firmemente abortistas y son capaces de las mayores proezas para salvar un bebé foca al tiempo que emplean las mayores violencias verbales a la hora de atacar a quienes defienden a los embriones humanos.
El culmen del “pensamiento Disney” ahora lo representa el elitista Club de Roma, que en su último trabajo propugna pagar 80.000 dólares a aquellas mujeres que en su 50 cumpleaños no hayan tenido hijos, o como mucho uno. Todo ello para reducir la “huella humana” en el cambio climático y que considera a la humanidad como una especie tóxica y contaminante, dañina para la naturaleza, motivo por el cual ha de subordinarse el crecimiento y bienestar de la humanidad al del propio planeta, salvar al mundo sacrificando a la humanidad, todo muy happy, muy Disney, sino fuera porque todo es una auténtica patraña.
Así que no deje de ver las películas de Disney, pero explíqueles muy bien a sus hijos que una cosa es el respeto debido a los animales y otra muy distinta la dignidad que sólo es propia del ser humano, no vaya a ser que el día de mañana a quien traten como a un humano sea a su mascota y a usted lo traten “como a un perro”. Porque cuando se empieza a tratar a los animales como personas, se acaba por tratar a las personas como animales.
Por Javier Jove - Abogado
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